PERO YO, MUCHAS MÁS
Ya sé de sobra que tiene esa sonrisa y esas maneras y todo el remolino que forma en cada paso que da.
Qué me cuentas de que míralo cómo bebe las cervezas, y cómo se revuelve sobre las baldosas y qué fácil parece a veces enamorarse.
Todo eso de que él puede llegar a ser ese único motivo de seguir viva.
Todo eso de que los besos de ciertas bocas saben mejor es un cuento que me sé desde el día que me dio dos besos y me dijo su nombre.
Pero no sabes lo que es despertarte y que el se retuerza y bostece, luego te abrace.
Así que supondrás que yo soy la primera que entiende, el que pierdas la cabeza por sus piernas y el sentido por sus palabras.
Quiero decir que a mí de versos no me tienes que decir nada, que hace tiempo que escribo los míos.
Que yo también le veo. Que cuando el cruza por debajo del cielo solo la tonta mira al cielo.
Que sé como agacha la cabeza y levanta la mirada.
Que conozco su voz en formato susurro, formato gemido y en formato secreto.
Que me sé sus cicatrices, y el sitio que le tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ría.
Que no sólo conozco su última pesadilla, también las mil anteriores, y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada, porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con la luna (y mira que hay tontos enamorados en este mundo).
Que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente él, rendida a ese puto milagro que supone que exista.
Que le he visto hacerle competencia a cualquier amanecer por la ventana: no me habléis de paisajes si no habéis visto su cuerpo.
Que te entiendo. Que yo escribo sobre lo mismo. Sobre el mismo. Qué razones tenemos todas.
Pero yo, muchas más que vosotras.
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